UNA AVENTURA EN LA BUSQUEDA DEL CONOCIMIENTO ANCESTRAL
No sé, si existan palabras en el diccionario para describir lo que yo viví, sentí y experimenté esa noche y todo lo que me esperaba hasta el amanecer del día siguiente (sábado); por eso tengo la necesidad de expresar todo esto, porque reitero todavía no había tomado una sola gota de yagé y yo estaba feliz, no sabía el por qué de mi exaltación; en ese momento el “taita” Alfonso y Harold nos invitan a probar el “rape” y empiezo nuevamente con la “preguntadera”; ¿que para que sirve?, ¿de qué está compuesto?; ellos con infinita paciencia me dicen: que es una mezcla de tabaco, hierbas y otros vegetales molidos y que se lo utiliza para mejorar la conexión con el mundo espiritual, para curar migrañas y la sinusitis; que ha sido utilizado durante siglos por las culturas amazónicas; luego el taita saca una caña en forma de pipa larga que tenía una boquilla para soplar y en la base un recipiente redondo en donde se coloca la porción del “rapé” que se inhala por la nariz. Hacemos una fila y uno por uno pasamos a vivir esa nueva “experiencia.
Yo que ya estaba eufórico, no dejaba de ser “cauteloso”, pasé a probar casi de último, me senté en un banco el “taita” de pie frente a mí, tomó la pipa larga me acercó la base de la misma llena de “rape” al orificio derecho de mi nariz, luego colocó sus labios en la boquilla y sopló; previamente nos había dicho que teníamos que llenar de aire los pulmones y que luego de que el soplara el “rape” y este entrara en la nariz se debía soltar lentamente el aire. No obstante, cuando me entró con fuerza ese polvo me olvidé y solté todo el aire al tiempo; sentí una horrible sensación en mi cabeza, empecé a toser, moquear y llorar; luego de pasado el mal rato se repitió la operación, e inhalé por el lado izquierdo de mi nariz. Pasados unos segundos empecé a sentir calor, energía y más euforia, todos mis “miedos y prevenciones” se habían ido, mi cuerpo y mi esencia estaban dispuestos a seguir explorando la noche con todos sus misterios.
Ya no tenía frío, por el contrario empiezo a quitarme todo lo que me protegía, de la cobija que me envolvía, me quito las prendas que esa noche debían abrigarme y protegerme de la baja temperatura y de la lluvia, me quedo con una sola chaqueta y de contera me despojo del gorro de lana que me protegía la cabeza; la noche avanzaba rápidamente al encuentro con el “yagé”, el “taita” nos había informado que la ceremonia empezaba a las 11 de la noche; previamente a ello, yo les había contado a mis anfitriones cuál era mi interés en la “toma”, el mismo era muy diáfano: “quería aclarar los caminos o la sabiduría necesaria, para gestionar y abordar los problemas ambientales que están afectando gravemente a la Cocha”; ellos me miraron y sonrieron; cuando el reloj marcaba las 10:45 de la noche el Taita me invita a que me siente cerca de él, con la tenue luz de los braceros empiezo a observar cómo ellos se cambian sus ropas de “paisano” por los atuendos tradicionales, mismos que sirven para ofrecer la ceremonia del “Ayahuasca” o “Yage” o mejor la planta sagrada del Amazonas.
A medida que avanzaba la noche, ya estaba muy dispuesto a realizar mi conexión con el universo y el conocimiento ancestral; la música que toda la noche nos había acompañado empieza tener sentido, todas las tonadas que salían de un pequeño altavoz que habían colocado amarrado a una viga del “cambuche”, emitía sonidos y significados que en ese momento me parecían “sublimes”. El “taita” Alfonso tenía una especie mameluco de color blanco, sobre el cual empieza a colocarse una gran cantidad de collares de diferentes formas, de diversos materiales, algunos compuestos con piedras de colores; no sé cuántos se puso, pero me llamó la atención uno en especial, este estaba formado con colmillos que luego me explicaron eran de “Jaguar”, para ellos es símbolo de “fuerza y sabiduría”, sobre su cabeza se colocó un tocado adornado con unas plumas de colores que supongo son de guacamayas o aves amazónicas.
A las 11 de la noche el “taita” empieza la ceremonia, entona un canto que combina “magistralmente” la invocación a las fuerzas del universo, con deidades conocidas aparentemente contradictorias, no obstante el choque inicial, ese sincretismo empieza a tener sentido en mi cabeza; de repente los sonidos liberan lo salvaje, los collares retumban como rumores de la selva, las plumas de su tocado son los pinceles que van a dibujar las visiones, que más tarde aparecerán en nuestra mente; las piedras de colores de los collares son frutos de la naturaleza que parecen venir del cielo, el abanico forma el espíritu del viento o “Waira Sacha”, que es como una escobilla que todo lo limpia incluyendo las malas energías. A medida que avanzaba la noche los sonidos y cantos se convierten en susurros suaves, acompañados con el sonido del abanico, así como de una mágica armónica que sonaba desde un rincón; todo compaginaba, la invocación del canto parecía flotar en un fantástico concierto que dirigía magistralmente el “Taita”.
En medio de esa mezcla de sonidos enigmáticos, que salían de la oquedad o de la profundidad del conocimiento, el “Taita” nos pide a los asistentes, que hagamos una fila para recibir en una pequeña taza de cerámica, “el jugo sagrado”, con ansiedad nos vamos acercando, uno por uno tomamos de un solo impulso el zumo de “Ayahuasca”; luego de ello cada uno vuelve y se sienta en el lugar en donde había permanecido en la noche, todos estábamos expectantes e inquietos “esperando” las reacciones físicas y emocionales que nos habían anunciado, las cuales no tardaron en presentarse, ya que al poco rato la bebida ancestral empezó a generar en cada uno de nosotros, los primeros síntomas de la “ansiada” limpieza corporal y espiritual; nuevamente uno por uno, se van incorporando con “apremio” en la búsqueda de un sitio fuera del “cambuche”, para realizar los procesos que su cuerpo con “urgencia” les reclama, esto es vomitar o ir con premura al baño porque se viene un “torrente” estomacal.
Finalmente, percibo que mi cuerpo necesitaba desahogarse, salgo veloz como un “rayo” a la intemperie, siento una suave llovizna, un viento “refrescante” y advierto unos movimientos violentos en mi estómago y expulso por mi boca un líquido “viscoso”, este fenómeno se repite cuatro o cinco veces, luego de lo cual noto mi cuerpo totalmente desahogado e intento entrar a nuestro “cambuche”; en ese momento escucho que “alguien” o algo me “susurra” y me invita a conversar, volteo la mirada y me encuentro con un árbol (helecho) que me dice “que me refugie debajo de él”, me ofrece su “protección” y yo “obedezco” sin chistar, era la “voz de la naturaleza”. Supongo que eran las 12 de la medianoche, en ese momento mi protección contra el frío y la lluvia eran el árbol, la energía y la exaltación que me embriagaba; en ese dialogo estaba que no sé cuanto duró, solo sé, que se repitió varias veces, ya que cuando la lluvia se desvanecía y el viento se callaba, el árbol me indicaba que debía salir a observar el cielo, a solazarme con el infinito y las estrellas. En ese momento sentí una sensación de “felicidad que nunca había experimentado y que es imposible describir con simples palabras.
Cuando terminó ese dialogo, que algunos definirán como “irreal”, pero yo puedo testimoniar que existió, me quedé en la intemperie (no sé cuánto tiempo) y empieza otra comunicación igual o más poderosa; esta vez el diálogo fue con las nubes, estrellas, constelaciones y dioses mitológicos. Ya no quería entrar al “cambuche” y me quede a unos dos metros del árbol que me había ofrecido su refugio, estire los brazos miraba y buscaba las estrellas, pero estas se escondían detrás de unas densas nubes; no obstante, eso no me amilanó y mi felicidad seguía creciendo, sentía que debía quedarme y esperar que algo pase y pasó. En una densa nube con tintes grises y blancas se formo una imagen de una cara, que mi “exaltación” la reconoció como “Eolo” el dios de los vientos, quién había salido de sus dominios para ayudarme a ver las estrellas y tal vez a soplar los buenos vientos hacia mi propósito de vida. Lo más increíble de esta experiencia estaba por comenzar, mi corazón latía con fuerza, mi ser ya no cabía de tanto “bienestar” y me entregué sin recato a las fuerzas del universo, que esa noche me regalaron una experiencia a todas luces “maravillosa”.
De repente “Eolo” empezó a soplar y todas las nubes se arrinconaban y el firmamento empezó a llenarse de estrellas, constelaciones, planetas y cuerpos astrales que por supuesto mi “ignorancia” profunda no reconocían; viví lo más fantástico que un ser humano puede sentir, esto es comprender que a las fuerzas de la naturaleza nada las puede detener y ellas a su arbitrio nos pueden enseñar hacia donde orientar nuestros esfuerzos, para que lo que parece “imposible” sea posible; en ese momento me acordé de Paulo Coelho que en el “Alquimista” escribió: “cuando se desea algo con fuerza, el universo conspira para que eso se realice”, y en esa noche “mágica” todo eso y mucho más se me estaba mostrando; no sé cuánto duro ese juego de Eolo, lo que si sentí, es que el me invitó a que soplara con fuerza, como él lo había hecho y yo obedecí.
Empecé a llamar a los que estaban en el interior del “cambuche” y les gritaba que salieran, que “el espectáculo estaba afuera”; por supuesto nadie me hizo caso cada uno estaba inmerso en su propia “experiencia”; yo por mi parte siguiendo las ordenes de “Eolo” empecé a soplar como un “poseído” hacia las nubes y estas empezaron a moverse en la dirección en que yo dirigía el “soplo divino”; en ese momento empezó un juego “astral”, en el cual las nubes se retraían con mi aliento y volvían a ocupar el espacio cuando dejaba de exhalar; pero yo que quería disfrutar de las estrellas y planetas, corría como un niño ahuyentándolas, las nubes que parecían disfrutar de mi “dislate” por fin se cansaron y me dejaron disfrutar de la hermosa noche tachonada de miles de bellísimos cuerpos cósmicos; era tanta mi alegría y el bienestar que sentía, que “lloré de felicidad”, cuando pensé o realmente vi a mi madre, que en algún rincón del cielo me observaba, junto a una figura que se parecía mucho a San Francisco de Asís, a quién ella admiraba por su amor por los desposeídos y por sus enseñanzas de respeto por la naturaleza.
No se cuanto duró ese espléndido espectáculo, pero sin que yo fuera consciente de ello entré en el “cambuche”, inmediatamente como un “loro” empecé a contar mi “aventura astral” a todos los que empezaban a despertar o a recuperarse de sus respectivas experiencias con el “yage”. El “taita” Alfonso y su hermano Harold estaban acomodados junto a un bracero, que desprendía un color brillante que me llamó la atención; me invitaron a sentarme junto a ellos, me concentré en una pared lateral de nuestro refugio, que desde momento se convirtió en un telón de fondo, en el cual empezó sin previo aviso una película, cuya banda sonora era el viento y las tenues gotas de agua que caían sobre el techo, en ella absorto y con los ojos “desorbitados” empezaron a formarse una infinidad de imágenes, que salían desde el corazón de una selva maravillosa.
La noción del tiempo hace rato la había perdido, no tenía ni frío, ni sueño, yo solo quería seguir disfrutando de todo lo que estaba sintiendo y seguí con la película que salía como por arte de magia del telón, brotaban de una “ignota” civilización, imágenes de ciudades construidas en “piedra”, que parecía iban a chocar con mi cabeza, estas representaciones se repitieron varias veces y en una de ellas aparecieron unas hermosas esculturas que alguna vez vi, en el parque arqueológico de San Agustín (Huila); la estatuaria pedestre empezó a tener sentido para mí, puesto que la piedra es señal de “perdurable”, no en vano las mayorías de las civilizaciones construyen en ese material para que su memoria no se pierda. En la película las ciudades estaban construidas sobre una cama de árboles, raíces y enredaderas que subían por sus murallas, serpientes, anacondas y jaguares protegían sus entradas y sitos principales; también observé incontables figuras y colores que están presentes en las chaquiras y máscaras del Putumayo.
En la penumbra estaban Alfonso y Harold, quienes en toda la ceremonia permanecieron despiertos ayudando a cada uno de nosotros, a vivir la experiencia de la mejor manera; sus caras parecían deformarse y “alargarse”, como si las palabras que me decían se estiraban tanto que formaban ese prodigio, eso antes de “asustarme me hacía reír”. Poco a poco fui recuperando mi “cordura” por lo menos eso sentí y volví a conversar con ellos sobre mis propósitos con la Cocha; en ese momento el Taita y Harold que estaba a su lado, me invitan a “mambear”; antes de aceptar la propuesta les pregunto en que consiste y ellos me dicen: El Mambe es la “lengua de dios o la palabra de vida” y esta elaborado con hoja de “coca” tostada, que se la mezcla con yarumo azul y se las hace polvo; explican que permite mayor claridad a la hora de expresarse y otorga sabiduría en las palabras, sumado a que aumenta la concentración, disminuye el cansancio y el hambre.
También afirman que el “mambe” se combina con el “ambil”, que es como una jalea oscura que nutre también el poder de la palabra y permite ordenar ideas a la hora de conversar; me cuentan que se extrae de la cocción de hojas de tabaco combinado con sales vegetales. Sacan dos recipientes, en uno con una especie de dosificador extraen un poco de la jalea (Ambil), me indican que lo coloque en el dedo índice y lo aplique en un lado de la boca; luego de otro envase con una pequeña cuchara extraen el polvo (mambe), lo ingiero cerca de donde había impregnado el ambil. Ya dentro de mi cavidad bucal, la saliva y la lengua empiezan a diluir la mezcla, tiene un sabor extraño, pero no desagradable. Las palabras empiezan a brotar y la conversación vuelve a calentar la noche, vuelvo a contar como “cotorra” mi experiencia y ellos con una paciencia “inagotable” siguen contando sus historias.
No tengo idea de cuantas veces repetí la operación de “mambeo”, cuatro o tal vez cinco; lo cierto es que me sorprendió el “amanecer” sin sentir sueño o cansancio, tenía una energía que parecía incombustible y mi felicidad seguía intacta, debo decir sin temor a equivocarme, que nunca jamás en mi vida me había sentido tan rebosante y lleno de bienestar. Poco a poco los demás participantes de la ceremonia empiezan a moverse de sus rincones; la luz del día con sus primeros rayos de la mañana inunda nuestros sentidos y empiezo a sentir “nostalgia”, porque sabía que esta experiencia ancestral estaba culminando, pero una voz interna muy fuerte, me repetía, que nadie podía quitarme la dicha vivida, que tenía que procesar con calma toda la información y aprendizaje adquirido.
Ya cerca de las 7 de la mañana del día siguiente (sábado), antes de salir hacia nuestras casas en Pasto, El Taita Alfonso nos invita por grupos a celebrar el último rito, el de “purificación”, nos pide que nos despojemos de las prendas que cubren nuestro torso, procedimos a quitarnos chaquetas, suéteres, camisetas y quedamos a piel limpia. Saca nuevamente el abanico (“Waira Sacha” o la brocha del viento) y empieza a cantar de forma rítmica y continua, invoca a las fuerzas de la naturaleza y otras deidades y empieza a limpiarnos uno por uno, realiza una serie de movimientos alrededor de cada persona, con el abanico rozaba nuestros cuerpos y cara y de forma rítmica emitía una serie “soplos”, que sirven para limpiar o expulsar toda mala energía, que estuviera rondando nuestro espíritu.
Luego de este fantástico último ritual, volví a salir al aire libre, donde la noche anterior había vivido tantas experiencias, que me llenaron de energía y vida, cerré mis ojos e intenté hacer un resumen de todo lo vivido la noche anterior, el cual más o menos dice así: “Siento que en la noche el viento me susurró palabras de sabiduría y de amor, que resonaron en mi corazón y en mi mente. Puedo afirmar que la lluvia me limpió la suciedad de mi mundo y me dio una nueva perspectiva del mismo. El fuego de los braceros purificó mis pensamientos negativos, y me dio una nueva perspectiva y claridad; finalmente la tierra me reclamó mi aporte a su salvación y me dio una nueva misión en la vida”.
Luego de ello, ya casi a las 9:30 de la mañana, nos despedimos del “Taita” Alfonso, le agradecí desde fondo de mi alma la experiencia y comenzamos nuestro viaje de regreso y empezamos a “desandar” el camino; esto es tomamos el sendero hacia el lago, llegamos al puerto en la vereda de Santa Teresita (Corregimiento de El Encano), esperamos que se nos uniera Harold (El Lanchero), nos embarcamos ya cerca de las 10 de la mañana y empezamos a navegar por el costado oriental de la Cocha rumbo al Chalet Guamues, ubicado en la vereda de San Clara, lugar en el cual habíamos dejado el carro, que nos llevaría de regreso a nuestros hogares en Pasto.
Escrito por: Jesús Cabrera